"Hay un pueblecito situado al Este
de Murcia que se llama San Pedro del Pinatar. Nada más pintoresco que los
alrededores de este pueblo, habitado exclusivamente
por labradores, pescadores y empleados en sus salinas.
A medida que
el viajero se va aproximando a San Pedro por el camino que se llama del Puerto
o de los Porches, aparecen como por encanto ante su vista extensas cañadas de
olivos, unas por los varios senderos que conducen al pueblo denominado San
Javier, otras hacia la izquierda, apoyando su extremo en el Pilar, y las demás,
coronan la frente de San Pedro, como una guirnalda de rosas, y descansan en la
orilla de un brazo del Mediterráneo, llamado vulgarmente el mar menor.
Pero cuando el
viajero goza sin cesar, es al recorrer las cercanías del pueblo, en que se ven
dibujadas, a manera de mariposas, lindas casitas de recreo, rodeadas de
higueras y viñedos, y bañadas constantemente por el flujo y reflujo de las
olas....
¡Cuán tranquilamente se deslizan las
horas en estos sitios, perfumados por el ambiente puro de las brisas!— Las
amarguras de la vida tienen aquí un lenitivo; las decepciones un momento de olvido,
y el espíritu algunos instantes de reposo.
Todo es aquí
bello, todo es agradable.
Por la mañana,
el murmullo producido por los trabajadores de las salinas, nos hace entrar en
deseos de pasear por estos sitios, donde la vista se recrea ante las bellas
perspectivas que nos presentan colosales pirámides de sal; y a la caída de la
tarde, la línea azul que va marcando el humo del vapor, cuando pasa cercano a
la costa, nos hace descender irresistiblemente a la orilla del mar, donde el
ánimo embargado con la sublimidad del espectáculo se sumerge poco a poco en graves
meditaciones.... .Solo el alegre canto del pescador, que después de enrollar
sus redes se retira a su cabaña para descansar de las fatigas del día, consigue
despertarnos de este profundo letargo (...) ".
Revista Murciana. 30 de junio de 1860.
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